La Asociación de todas y de todos los ex presos políticos de Uruguay

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domingo, 3 de marzo de 2013

Indignaos


Brecha - 1 3 13 - Por Daniel Gatti


Dicen algunos de los que pudieron ir a la concentración del lunes en la plaza Libertad que una de las imágenes más fuertes era la de Luisa Cuesta sentada en un banco, hablando del cansancio que sentía, que iba mucho más allá de la lógica biológica.

 “No me pidan que repita lo que ya dije mil veces”, dicen que decía Cuesta con expresión de no creer que todavía, cuarto de siglo largo después, tuviera que estar, si no en la misma (hay un puñado de milicos presos, “se entró” a los cuarteles, algunos pocos cuerpos aparecieron), sí en un nivel que, como se planteaban en principio las cosas hace unos pocos años, parecía impensable.

Para peor, con el riesgo real de perder lo poco logrado: que el grupito de milicos presos, o algunos de ellos, vayan dejando uno a uno la cárcel VIP de Domingo Arena, y que los casos todavía abiertos vayan siendo archivados, uno a uno o todos de golpe.

Lo que podía parecer impensable en 2005 está –puede estar– a la vuelta de la esquina.
Y comenzó a circular la versión de que en los próximos días, o semanas, algunos meses, con un poco de suerte, el Círculo Militar organizará una cena de camaradería para festejar como se debe. Acaso cuando se archive definitivamente la primera causa.
Ya hubo, por lo pronto, ágapes y brindis en la cárcel VIP.

Con esas imágenes binarias, capaces de desalentar al más pintado, fue parido en parte este año oriental de la serpiente.

Pero tal vez la más desalentadora para muchos sea la pesadilla del volver a empezar.

La del volver a empezar para sacar el tema “de los derechos humanos” del círculo de las llamadas “víctimas directas” o de los “familiares”, o de los “protestatarios” de siempre. En ese pozo está, otra vez –se presiente– empezando a entrar.

 Es el peor de los pozos, en el que se encuentran, bien en el fondo, la resignación, el cansancio de unos, la indiferencia de otros, el regocijo de los victimarios, el todo batido en el barro de la conmiseración de muchos bienintencionados.

Con el agravante de que el cansancio de algunos no tiene vuelta atrás: lo dan los años, la vejentud de “las viejas”, por ejemplo.

Difícil saber si fueron pocos o no tanto los cuatro mil o cinco mil del otro día en la plaza. ¿Con qué criterio medirlo?


Con la expectativa de la “urgencia” amplificada al infinito por las redes sociales, sin duda que se esperaba más.

La cibermilitancia tiene eso, entre otras cosas: es incalculable.


Pero la sensación que queda es que el vaso estuvo más que medio vacío.

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A un estado de postración, de “abatimiento por aflicción”, según define postración la rae, parece de todas maneras estar condenando al menos a una parte de la sociedad el fallo de la Suprema Corte que declaró inconstitucional la probablemente atada con alambre ley 18.831.

No cabía acaso esperar otra cosa de los cuatro señores de peluquín que lo decidieron y que creyeron necesario fundamentarlo en latín, en italiano, en francés, así como unos pocos días antes habían creído innecesario explicar en castellano las “razones de mejor servicio” que justificarían el traslado de la jueza que más se había “especializado” en casos de violaciones a los derechos humanos bajo la dictadura.


 Así está esta justicia, amigos, conservadora, intocada, irreformada.

El paradójico cacareo constitucionalista de quienes dieron forma 27 años atrás al “mamarracho jurídico” de la ley de caducidad y ahora se indignaron por el “avasallamiento a la separación de poderes” que habrían supuesto algunas manifestaciones, protestas y pedidos de explicaciones a los intocables togados, tampoco es realmente de sorprender.


La coherencia en la defensa de la impunidad para uniformados y no uniformados de la dictadura ha sido una de sus constantes desde el 85, tanto como su pedido de mano dura contra ladrones de gallinas, pastabaseros, pichis y/o/u (ay) “menores”.

***
Pero a estos lodos se ha llegado también de muy otra manera.

Ñata, sin ir más lejos. Capaz que hasta tronca, con el viva la Pepa que significó además en su momento la visita presidencial al pobre general Dalmao enfermo y las habladurías sobre los viejitos a perdonar por viejitos ser, o la señal enviada hacia verdes horizontes, vía un diputado que eligió quemarse a lo bonzo, para frenar una ley en el Parlamento.

En ese berenjenal sazonado con el no ensobramiento de la papeleta rosada en el referéndum, la evidencia del colarse a último momento en el camión de la campaña por la anulación, el no jugarse antes –cuando los tiempos políticos parecían ideales–, se fueron cociendo estos tiempos.

Es más que probable que los intocables togados hayan sabido leer estos y otros mensajes llegados de arriba y del costado para decidir lo que decidieron.

El ADN conservador no excluye la oficialitis permanente.

***

Stéphane Hessel era un viejo señor digno con bien vividos 95 años. Más cercano al prototipo del caballero inglés que a su condición de francoalemán (aunque sus padres estuvieron entre los modelos que inspiraron a la maravilla de la Nouvelle Vague Jules et Jim de Truffaut), participó en la resistencia al nazismo y al fin de la guerra colaboró en la elaboración de la Declaración Universal de los Derechos Humanos de 1948.

 Luego de muchos años como diplomático, sobre el fin de su vida, Hessel encontró un segundo aire combativo en el llamado a la “insurrección pacífica” que promovió con Indignaos, el panfleto de apenas 30 páginas que sirvió de plataforma al 15 M español y a otros movimientos similares.

En los últimos años Hessel decía de sí mismo que había ido evolucionando hacia un “anticapitalismo liberal socializante y no violento”, pero reconocía que no era “hombre de teoría”.


Su aporte mayor, decía este señor que acaba de morir en París, fue promover “la indignación militante, sobre todo en tiempos de depre”.

Aborrecía a esos “viejos impresentables que se disfrazan para impartir justicia en favor de quienes más tienen y más oprimen”, defendía la concepción de la justicia universal en materia de derechos humanos y de la imprescriptibilidad de los crímenes de lesa humanidad, y se entristecía cuando se topaba con antiguos rebeldes que recorren el camino de la resignación incluso más allá de lo que el camino se extiende. O algo así.

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